🐵 “Si ha construido castillos en el aire, su trabajo no necesita perderse; ahí es donde deberían estar. Ahora pon los cimientos debajo de ellos.” ―Henry David Thoreau (Walden, 1854)
🙉 Barcelona Gipsy Klezmer Orchestra, “Djelem, Djelem” (Imbarca, 2005) [himno rom cual título significa “Anduve, Anduve”]
🙈 Henrique Oliveira, “Transarquitectonica” (Museu de Arte Contemporânea, São Paulo, 2014)
Hace tiempo, preguntaba a alguien que conocía por qué se había ido a dar una vuelta por el mundo. Mi pregunta era principalmente sobre la dimensión de la fuga, en un momento en el que yo también tenía deseos de evasión. Me andaba preguntando si había alguna forma de identificar de qué huimos, si el viaje realmente permitía escapar de ello, y, más que nada, lo que implicaba el retorno: ¿podemos evitar eternamente lo que rehuimos ? ¿Será posible ser transformad@ por la alteridad y regresar de todas formas?
En El arte de no ser gobernado: una historia anarquista de las tierras altas del sureste asiático, James C. Scott considera que las poblaciones que él estudia pueden ser entendidas desde su rechazo o su incorporación al Estado. Los modos de organización que resultan de esa relativa lejanía representan una decisión política consciente dando lugar a organizaciones sociales especificas que ponen en cuestión la secuencia evolutiva lineal de la humanidad. Esa secuencia teórica implica que de la caza-recolección nómada se pasó al nomadismo pastoral de pequeños grupos, luego pasamos por la agricultura estacional semi-nómada y por fin, llegamos a la agricultura sedentaria y a la instalación progresiva en aldeas, pueblos, ciudades y metrópolis. A contracorriente de ese modelo a sentido único, la flexibilidad y el genio cultural que caracteriza los pueblos que huyen una autoridad central y se refugian en las lomas de Asia del Sureste demuestran la posibilidad de va-y-ven entre varias formas de organización social, y el recurso a alternativas autónomas en función de los comportamientos de poblaciones vecinas conquistadoras. Se trata de poblaciones cuya aversión general de la autoridad llega al cimarronaje. Scott habla de poblaciones fugitivas o statofugas.
Claramente, estoy en fuga todavía, o estoy buscando algo. No hice una vuelta alrededor del mundo pero todavía no he regresado de mi ultima escapada hacia al Oeste. Bueno sí, lo intenté. Los pocos regresos infructuosos me indicaron cositas que los que un día se fueron (y no hablo de irse de vacación) saben ya muy bien. Nadie nos espera en ningún lado y sin embargo encontramos de nuevo lo que dejamos al marcharnos. Creo que la dificultad para los que regresan es que la transformación que tuvo lugar gracias al distanciamiento no se tiene en cuenta realmente, o sea no se hace real, y la persona que vuelve no es reintegrada dentro del grupo como una nueva persona. O quizás es porque no había un grupo desde el inicio –no lo sé.
Arnold Van Gennep publicaba en 1909 Los ritos de paso, un “estudio sistemático de los ritos de la puerta y del umbral, de la hospitalidad, de la adopción, del embarazo y del parto, del nacimiento, de la infancia, de la pubertad, de iniciación, de ordenación, de coronación, del noviazgo y del casamiento, de los funerales, de las temporadas, etc.” Describió los tres etapas físicas y psíquicas que permiten cumplir las transiciones: la separación espacio-temporal desde el grupo o la identidad inicial; el margen o la etapa liminal que corresponde al alejamiento y a las pruebas sucediendo a la ruptura creada por la separación con uno mismo y con el resto del mundo; la reintegración o incorporación como persona nueva y reconocida como tal.
El secreto de la construcción de uno mismo es tal vez aprender a pertenecer, o crear formas de no-pertenencia juntos. Así lo hicieron comunidades de esclavos cimarrones sobre todo el continente americano y en los Caribes; así lo hicieron también varios grupos místicos. Sea lo que sea, ese proceso pasa necesariamente primero por una separación, o, entonces, la fuga. Huir es también escaparse mentalmente, es decir soñar. Perderse un poco.
Ciertos de los pueblos descritos por Scott no tienen escritura. Se trata de aquella escritura con signos gráfico que reproduce las palabras usadas en el lenguaje oral. Existen no obstante otras representaciones que comunican sentido, como las que se plasman en los textiles, en la pintura, en la escultura, etc. Para los Wa, “la escritura [como representación del lenguaje] es vinculada con la astucia, y el termino ‘escritura‘, que refiere también al negocio, implica el engaño y la trampa”. Desde luego, la escritura se concibe como una tecnología esencial de administración y de conducta del Estado ya que favorece la estabilización de una jerarquía social vía la afirmación de su permanencia más allá de los objetos heredados como coronas o cetros. Gracias a la escritura, los que encarnan el poder coercitivo se instauran como administradores exclusivos de los humanos, de las cosas y de sus relaciones con la redacción de matrículas, registros, catastros, listas, recibos, decretos, permisos, códigos, acuerdos, contratos, etc. Es el concepto del texto que crea autoridad. En ese sentido, el rechazo o la perdida de escritura da cuenta de la posibilidad de oscilar entre formas de asociación múltiples, mientras que no deja surgir la centralización de un poder que detentase un monopolio. La ausencia de escritura permite inventar su historia y hacerla viva.
“Los individuos cargan heridas de separación y experiencias de dislocación que no se tratan como experiencias rituales, que no se ponen en contexto, ni se hacen reales. Son como experiencias iniciáticas que toman lugar porque la psiquis o el alma se quiere transformar, así que seguiremos viviendo esas experiencias de transformación hasta que se vuelvan una separación que une.” (Michael Meade, “The Truth of A Myth”, Aubrey Marcus podcast, 361)
Si consideramos que la administración, o la burocracia, es un emprendimiento deshumanizante porque nos neutraliza borrando nuestras historias personales y lo que realmente cuenta, podríamos decir que lo que nos hace human@s reside en nuestra capacidad a construir nuestra identidad contándonos historias. Es también uno de los elementos que nos distingue de los otros animales. Y, a parte, es lo que la hegemonía de la ciencia cancela: la posibilidad de no saber y la multiplicidad de las explicaciones al respeto de la realidad. Suprime el mito y el misterio. En su intento desesperado de conocer y explicar todo, corrompe el inevitable incognoscible, impide percibir el vacío a lo cual nos tenemos que enfrentar para saber. Hay un dicho que dice “Los que controlan las historias son los que mandan la sociedad”. En el mundo moderno, las cosas no tienen sentido o significado, las cosas funcionan. Sin embargo, los humanos aprenden y viven gracias a las historias, porque hablan a la parte inconsciente de nuestras mentes, como las metáforas o las cuestiones.
Creo que tenemos una identidad más fluida que lo que podría parecer. Lo que hace sentirse tan bien, a veces, con la familia y los amigos cercanos es tener una suerte de envoltura identitaria sin necesidad de presentarse o justificarse, aunque también se puede transformar en una cárcel. Lo que permite sentirse tan bien viajando, a veces, es la posibilidad de redefinirse a cada instante. Lo que permite encontrar un equilibrio entre los dos, quizás, es saber que existe una base desde la cual un@ puede transformarse, y esa base esta hecha de los testigos que sepan reconocer la transformación. Porque la identidad, por tan cambiante que sea, necesita ser amarrada a la mirada de otros. Podemos reivindicar a la faz del mundo quienes somos, al final, todo lo que queda y lo que será transmitido es lo que otros guardaran de nosotros.
Por eso, el Estado, de algún modo, tiene un interés. Neutraliza en las mallas de su sistema administrativo las identidades. No obstante, les sujeta más de lo que les hace florecer. Pero esa seguridad permitida por una estrategia de separación de los seres, de los pensamientos y de las cosas crea un mundo cuál movimiento es captado. Las cosas tienen una denominación. Los contratos, una legitimidad. Las actividades, permisos. Los individuos, una matricula. Las rutas, un nombre. Pero esas identidades están sometidas a reglas cuyo derecho de existir se sienta únicamente en estar escritas y vigiladas. Son identidades superficiales, insensatas (sin sentido), sin raíces. Y, ademas, impuestas, forzadas. Las sociedades fugitivas descritas por Scott poseen, al contrario, identidades ambiguas y porosas. Tienen reglas de integración flexibles y recurren a genealogías imaginativas si es necesario. Scott las describe como poblaciones incoherentes en términos genealógicos, lingüísticos, políticos, genéticos. La incoherencia aquí no es entendida en un sentido peyorativo. Ser indeterminad@s para no ser sujetad@s.
Yo, nunca me sentí muy en mi lugar y tampoco me siento como en casa en cualquier lugar. No soy “ciudadana del mundo”, una expresión que veo más como un sucedáneo globalista oportuno. Pierre, el otro día, me preguntaba si sentía que tengo amigos aquí y lo traduje como “personas con quienes seguiré estando en contacto si me voy un día.” Pero, a final de cuentas, creo que hay que verlo como “quienes que me tienen un su espíritu y su corazón que este aquí o en otro lugar”. Arraigarse, tal vez, es solo el proceso de sembrar pequeñas semillas en los demás. Los que entendieron y incorporaron un pedazo de nuestra alma. Las almas gemelas que nos hacen circular en sus propias venas. Hay que reconocer en sí mismo esos rizomas invisibles, esos redes subterráneos de sentido furtivo que enriquecen el cultivo fértil que nos constituye. Volverse fugitivos enraizados.
Algunas de las fuentes que inspiraron este boletín:
la entrevista de Bayo Akomolafe (For The Wild, 155) (en inglés) donde el poeta que empredió un “viaje decolonial” imagina la posibilidad de no-integración como modo de ser
Les Furtifs (en francés), la extraordinaria novela disto-utopica de Alain Damasio (La Volte, 2019)
el libro Quilombos (L’échappée, 2018) (en francés) que cuenta la historia de los esclavos insumisos de Brazil